" ESTA TERNURA" de Julio Cortázar

Esta ternura y estas manos libres, ¿A quién darlas bajo el viento? Tanto arroz para la zorra, y en medio del llamado la ansiedad de esa puerta abierta para nadie.
Hicimos pan tan blanco para bocas ya muertas que aceptaban solamente una luna de colmillo, el té
frío de la vela la alba. Tocamos instrumentos para la ciega cólera de sombras y sombreros olvidados. Nos quedamos con los presentes ordenados en una mesa inútil, y fue preciso beber la sidra caliente en la vergüenza de la medianoche. Entonces, ¿nadie quiere esto, ¿Nadie?*

"El lobo estepario" de Hermann Hesse (Fragmentos)

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"Es algo hermoso esto de la autosatisfacción, el no tener preocupaciones, estos días llevaderos a ras de tierra, en los que no oímos la voz del dolor ni del placer, en donde todo nos hace andar de puntillas y entre susurros. Ahora bien, conmigo no se da el caso, por desgracia, pues yo no soporto precisamente con facilidad esta media satisfacción, pues al poco tiempo me resulta intolerablemente odiosa y repugnante, y tengo que refugiarme desesperadamente en otros ambientes, de ser posible por la senda de los placeres y otras veces, también por necesidad, por el camino de los dolores...
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Cuando he estado una temporada sin placer y sin dolor y he respirado y vivido los días insípidos por buenos y sin alteraciones, entonces mi alma se llena de un sentimiento infantil tan dolorosamente miserable, que al adormecido dios de mi insatisfacción le tiraría a la cara la mohosa lira de mi gratitud, y más me gusta sentir dentro de mí un dolor ardiente y endemoniado que esta confortable temperatura. Entonces se hincha en mi interior un fiero afán de sensaciones, de fuertes impresiones, una rabia de esta vida degradada, superficial, sujeta a normas, un deseo irresistible de derribar alguna cosa, por ejemplo, unos grandes almacenes o una catedral, o a mí mismo, de cometer idioteces, de arrancarle la peluca a algunos ídolos generalmente respetados, de regalar a algunos muchachos rebeldes el boleto para que se trasladen a Hamburgo, de seducir a alguna una jovencita o de retorcerle el pescuezo a algunos representantes de la ley y el orden. Porque esto es lo que yo más detesto de mi fuero interno; esta autosatisfacción propia, esta comodidad y salud, este cuidado optimismo del burgués, esta bien alimentada y próspera disciplina de todo lo mediocre, normal y corriente".*


"Así fui a dar, en una hora ya muy avanzada de la noche por un suburbio extraviado y para mí casi desconocido, a un restaurante, detrás de cuyas ventanas resonaba una violenta música de baile. Sobre la puerta leí al entrar un viejo letrero: «Al Águila Negra» Y dentro había un ambiente de juerga y algarabía, de muchedumbre, humo, vaho de vino y gritería; en el segundo salón se bailaba, allí se debatía furiosa la música de danza. Me quedé en el primer salón, lleno de gente sencilla, en parte vestida pobremente, en tanto que detrás, en la sala de baile, se divisaban también figuras elegantes. Empujado por la multitud de un lado a otro por el salón, me quede apretado contra una mesa cerca del mostrador; en el diván junto a la pared estaba sentada una muchacha bonita y pálida, traía un vaporoso vestido de baile, con gran escote, en el cabello una flor marchita. La muchacha me miró con atención y amablemente cuando me vio llegar; sonriendo, se hizo un poco a un lado y me dejó sitio.
-¿Me permite? -pregunté, y me senté junto a ella.
-Naturalmente que te permito -dijo-. ¿Quién eres tú que no te conozco?"...*

*Escena de "Steppenwolf" 1974 dirigida por Fred Haines


*Hermann Karl Hesse (1877 – 1962) Escritor, poeta, novelista y pintor suizo de origen alemán.

"Nuit Blanche" de Arev Manoukian

"Nuit Blanche" Explora un momento fugas entre dos desconocidos que revela su breve relación en una verdadera fantasía.

Y una vez se escribió:

"Y era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños del puente, entrar en su delgada cintura y acercarme a la Maga que sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas, y que la gente que se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo de dentífrico" Rayuela, Capitulo 1 Julio Cortázar*
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"Nuit Blanche" Cortometraje

"Schopenhauer como Educador" de Friedrich Nietzsche (Fragmento)

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Entristece verlo ir a la caza del menor atisbo de su notoriedad; y su triunfo final, sonado y más que sonado, cuando realmente se lo leyó («legor et legar»), tiene algo de doloroso y conmovedor. Precisamente todos estos rasgos, con los que no hace gala de la dignidad de un filósofo, revelan al hombre sufriente que teme por el más preciado de sus bienes; así, lo torturaba el pensamiento de perder su pequeña fortuna y verse condenado a prescindir de su posición verdaderamente genuina y clásica frente a la filosofía; y cuántas veces, desengañado en su afanosa búsqueda de un ser humano en quien pudiera confiar, tuvo que tornar su melancólica mirada hacia su fiel perrillo faldero. Era un verdadero eremita; ningún amigo que realmente sintiera como él lo consoló -y, entre uno y ninguno, reside aquí, a semejanza que entre «algo» y «nada», una infinitud. Nadie que tenga verdaderos amigos sabe qué es la auténtica soledad, es como si él solo tuviera que enfrentarse al mundo entero. ¡Ay! ¡Bien me doy cuenta de que no sabéis qué es la verdadera soledad! Allí donde existieron alguna vez poderosas sociedades, gobiernos, religiones, opinión pública, en una palabra, donde existió cualquier tipo de tiranía, allí se odió al filósofo solitario; pues la filosofía ofrece al hombre un asilo en el que ninguna tiranía puede penetrar, la caverna de la intimidad, el laberinto del pecho: y esto enfurece a los tiranos. En ella se refugian los solitarios; pero también en ella acecha el mayor peligro a quien está solo...
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Estos hombres que pusieron a salvo su libertad en el interior de sí mismos no tienen más remedio que vivir también para el exterior, tornarse visibles, dejarse ver; se hallan sujetos por múltiples lazos humanos: por su nacimiento, residencia, educación, patria, circunstancia, imposiciones ajenas; asimismo se presupondrán en ellos numerosas opiniones sólo por el hecho de que éstas son las dominantes; todo gesto que no niegue servirá de aprobación; todo movimiento de la mano que no destruya será interpretado como asentimiento. Saben, estos solitarios y libres de espíritu, que constantemente, en cualquier circunstancia, parecerán ser distintos de lo que piensan; mientras que ellos no desean sino la verdad y la honestidad, se tejerá a su alrededor una red de malentendidos; y su violento deseo no logrará impedir que, a pesar de todo, emane de sus acciones un vapor de falsas opiniones, de acomodación, de verdades a medias, de silencios indulgentes, de interpretaciones erróneas. Todo esto condensa una nube de melancolía sobre sus frentes: pues estas naturalezas odian más que a la muerte el hecho de que la apariencia sea necesaria; y esta amargura constante los torna volcánicos y amenazadores. De cuando en cuando, se resarcen de su violenta ocultación, de la reserva a la que se ven obligados. Salen de sus cavernas con aspavientos terribles; sus palabras y sus hechos se transforman entonces en explosiones, y es posible que se destruyan a sí mismos. Así de peligrosamente vivió Schopenhauer. Justo ese tipo de solitarios requieren cariño; necesitan compañeros frente a quienes puedan mostrarse tan abiertos y sencillos como ante sí mismos, en cuya presencia desaparezca la tensión del silencio y la simulación. Apartad de él a estos amigos y engendraréis un peligro cada vez mayor; Heinrich von Kleist pereció de esta suerte de desamor; obligarlos de esta forma a que se recluyan profundamente en sí mismos es el remedio más terrible contra los hombres singulares; cada vez que regresan al exterior, su vuelta se transforma en una erupción volcánica. No obstante, siempre hay algún semidiós que soporta tener que vivir bajo condiciones tan terribles, y vive victoriosamente; si acaso quisierais oír su canto solitario, escuchad la música de Beethoven...*

Ludwig van Beethoven "Moonlight"*


Escena "Symphony No.9" de la película "My inmortal loved"


*Friedrich Wilhelm Nietzsche (1844 – 1900) Filósofo, poeta, músico y filólogo alemán.


Poemas "El Lado Oscuro del Corazón" Película de Eliseo Subiela

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No se me importa un pito que las mujeres tengan los senos como magnolias o como pasas de higo; un cutis de durazno o de papel de lija. Le doy una importancia igual a cero, al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco o con un aliento insecticida. Soy perfectamente capaz de soportarles una nariz que sacaría el primer premio en una exposición de zanahorias; ¡pero eso sí! —y en esto soy irreductible— no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar. Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme!
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Ésta fue —y no otra— la razón de que me enamorase, tan locamente, de María Luisa. ¿Qué me importaban sus labios por entregas y sus encelos sulfurosos? ¿Qué me importaban sus extremidades de palmípedo y sus miradas de pronóstico reservado?
¡María Luisa era una verdadera pluma! Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina, volaba del comedor a la despensa. Volando me preparaba el baño, la camisa. Volando realizaba sus compras, sus quehaceres. ¡Con qué impaciencia yo esperaba que volviese, volando, de algún paseo por los alrededores! Allí lejos, perdido entre las nubes, un puntito rosado. “¡María Luisa! ¡María Luisa!”... y a los pocos segundos, ya me abrazaba con sus piernas de pluma, para llevarme, volando, a cualquier parte. Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia que nos aproximaba al paraíso; durante horas enteras nos anidábamos en una nube, como dos ángeles, y de repente, en tirabuzón, en hoja muerta, el aterrizaje forzoso de un espasmo.

¡Qué delicia la de tener una mujer tan ligera..., aunque nos haga ver, de vez en cuando, las estrellas! ¡Qué voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes la de pasarse las noches de un solo vuelo! Después de conocer una mujer etérea, ¿puede brindarnos alguna clase de atractivos una mujer terrestre? ¿Verdad que no hay una diferencia sustancial entre vivir con una vaca o con una mujer que tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo? Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender la seducción de una mujer pedestre, y por más empeño que ponga en concebirlo, no me es posible ni tan siquiera imaginar que pueda hacerse el amor más que volando.*

-Oliverio Girondo "Espantapájaros"-


Mario Benedetti "No te salves"

*Pinturas de Rob Hefferan 1 "La mujer sentada en la cama" y 2 "Desnudo artístico en la cama"

"Laberinto" de Julio Cortázar

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Cuando todo está perdido sólo nos queda esperar que en los ojos del otro o de la otra se refleje alguna parte de la imagen del laberinto que nuestra soledad nos impide ver.

"Ella" de Vicente Huidobro (Poema)

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Ella daba dos pasos hacia delante, daba dos pasos hacia atrás. El primer paso decía buenos días señor, el segundo paso decía buenos días señora. Y los otros decían cómo está la familia. Hoy es un día hermoso como una paloma en el cielo, ella llevaba una camisa ardiente, ella tenía ojos de adormecedora de mares, ella había escondido un sueño en un armario oscuro...
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Ella había encontrado un muerto en medio de su cabeza, cuando ella llegaba dejaba una parte más hermosa muy lejos. Cuando ella se iba algo se formaba en el horizonte para esperarla, sus miradas estaban heridas y sangraban sobre la colina, tenía los senos abiertos y cantaba las tinieblas de su edad. Era hermosa como un cielo bajo una paloma, tenía una boca de acero, y una bandera mortal dibujada entre los labios, reía como el mar que siente carbones en su vientre, como el mar cuando la luna se mira ahogarse, como el mar que ha mordido todas las playas, el mar que desborda y cae en el vacío en los tiempos de abundancia. Cuando las estrellas arrullan sobre nuestras cabezas, antes que el viento norte abra sus ojos, era hermosa en sus horizontes de huesos con su camisa ardiente y sus miradas de árbol fatigado, como el cielo a caballo sobre las palomas.

*Vicente García-Huidobro Fernández (1893 - 948), Poeta, creador y exponente del creacionismo.

"Capítulo 5, Rayuela" de Julio Cortázar (Fragmento)

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A Oliveira le gustaba hacer el amor con la Maga porque nada podía ser más importante para ella y al mismo tiempo, de una manera difícilmente comprensible, estaba como por debajo de su placer, se alcanzaba en él un momento y por eso se adhería desesperadamente y lo prolongaba, era como un despertar y conocer su verdadero nombre, y después recaía en una zona siempre un poco crepuscular que encantaba a Oliveira temeroso de perfecciones, pero la Maga sufría de verdad cuando regresaba a sus recuerdos y a todo lo que oscuramente necesitaba pensar y no podía pensar, entonces había que besarla profundamente, incitarla a nuevos juegos, y la otra, la reconciliada, crecía debajo de él y lo arrebataba, se daba entonces como una bestia frenética, los ojos perdidos y las manos torcidas hacia adentro, mítica y atroz como una estatua rodando por una montaña,...
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arrancando el tiempo con las uñas, entre hipos y un ronquido quejumbroso que duraba interminablemente. Una noche le clavó los dientes, le mordió el hombro hasta sacarle sangre porque él se dejaba ir de lado, un poco perdido ya, y hubo un confuso pacto sin palabras, Oliveira sintió como si la Maga esperara de él la muerte, algo en ella que no era su yo despierto, una oscura forma reclamando una aniquilación, la lenta cuchillada boca arriba que rompe las estrellas de la noche y devuelve el espacio a las preguntas y a los terrores. Sólo esa vez, descentrado como un matador mítico para quien matar es devolver el toro al mar y el mar al cielo, vejó a la Maga en una larga noche de la que poco hablaron luego, la hizo Pasifae, la dobló y la usó como un adolescente, la conoció y le exigió las servidumbres de la más triste puta, la magnificó a constelación, la tuvo entre los brazos oliendo a sangre, le hizo beber el semen que corre por la boca como desafío al Logos, le chupó la sombra del vientre y de la grupa y se la alzó hasta la cara para untarla de sí misma en esa última operación de conocimiento que sólo el hombre puede dar a la mujer, la exasperó con piel y pelo y baba y quejas, la vació hasta lo último de su fuerza magnífica, la tiró contra una almohada y la sábana y la sintió llorar de felicidad contra su cara que un nuevo cigarrillo devolvía a la noche del cuarto y del hotel. Más tarde a Oliveira le preocupó que ella se creyera colmada, que los juegos buscaran ascender a sacrificio. Temía sobre todo la forma más sutil de la gratitud que se vuelve cariño canino; no quería que la libertad, única ropa que le caía bien a la Maga, se perdiera en una feminidad diligente. Se tranquilizó porque la vuelta de la Maga al plano del café negro y la visita al bidé se vio señalada por la recaída en la peor de las confusiones,maltratada de absoluto durante esa noche, abierta a una porosidad de espacio que late y se expande, sus primeras palabras de este lado tenían que azotarla como látigos, y su vuelta al borde de la cama, imagen de una consternación progresiva que busca neutralizarse con sonrisas y una vaga esperanza, dejó particularmente satisfecho a Oliveira. Puesto que no la amaba, puesto que el deseo cesaría (porque no la amaba, y el deseo cesaría), evitar como la peste toda sacralización de los juegos.*

"El Último Deseo" de Giovanni Papini, Palabras y Sangre (Cuento)

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Si te miro y pienso que podrías morirte y que no sentiría más el dolor de mirarte, ni el fastidio de escuchar tu llanto tranquilo, ni el deseo de ahogarte con mis manos, entonces tus ojos se empañan y caes como muerta y te vuelves, de repente, fría como quien ha perdido el alma desde hace largas horas de lluvia y de oscuridad.
Pero en aquel mismo instante lloro tu fin demasiado veloz y mi tremenda fuerza, y vuelvo a pensar en tu risa cascabelera detrás de las puertas, y en la cálida morbidez de tu piel y en tu pobre pasado... Y lloro sobre mí y sobre ti, y pienso que podrías renacer de repente, y levantarte sana y bella como antes, y reír con los ojos, y reír con la boca, y reír con tus rizos castaños que ondean sobre tus sienes.
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Y he aquí que, apenas lo he pensado, estás de nuevo ante mí, cálida, dulce, sonriente, sin una lágrima siquiera entre los pelos de las pestañas y, apenas estrecho tu delgada mano, me abrazas con el pecho estremecido. Entonces miro fuera de la habitación, y fuera de mí, y pienso: «Aquella casa de allí es demasiado fea. Detrás de aquel sucio cubo de viejos ladrillos hay una montaña orlada de cipreses nuevos y azotada por el viento.»

Al cabo de un momento la casa cae sin estrépito: sus paredes desaparecen, como si fueran de sombra y de humo, y surge detrás la bella montaña, que parece nacer en aquel instante de la tierra, y levanta su lomo hacia las nubes, casi envidiosas de su altura.

Para escapar de la maldición que lleva consigo mi pensamiento salgo de casa, procuro no ver, intento no pensar. Las sugerencias del demonio zumban a mi alrededor como un mal enjambre.

Apenas un deseo se expresa dentro de mí, me detengo, pálido y sudoroso, como quien está a punto de desvanecerse.

«¡Cómo quisiera que aquella mujer me amara!», piensa en mí el mal pensamiento. Y he aquí que aquella mujer se aproxima y me mira fijamente, con ojos que ofrecen el cuerpo, e incluso -¿quién sabe?-, incluso el alma.

«¿Podrías estar a mil millas lejos de aquí?», reanuda el pensamiento, vergonzoso y embarazado. Y he aquí que me encuentro, sin saber cómo, en otra tierra, en medio de un aire que me ahoga, con nuevos perfumes, y el cielo es todo amarillo, y los árboles están sin hojas, y los hombres gritan en una lengua que no entiendo. «¡Quisiera no ver nada!», piensa mi pensamiento, asustado y demasiado solo. La noche -una noche demasiado profunda para ser cierta- me rodea, me sepulta, me obliga al silencio, y hace callar al instante los latidos demasiado impetuosos de mi estúpido corazón. Pienso que si eso sigue así me pondré enfermo. Las piernas se me doblan, la cabeza me martillea, la sangre está alterada, los huesos parecen convertirse en meollo. En medio del dolor, deseo mi habitación, mi pobre cama dura y baja en la que me he embrutecido y rebelado tantas noches, y he aquí que en seguida siento que estoy allí, bajo las blancas sábanas, en mi cuarto, que tiene los postigos entornados, como cuando hay un enfermo grave y el médico todavía no ha llegado.

Pero estoy solo, abandonado como en un hospicio. ¿Por qué no me habla alguien, dulcemente, aquí, cerca del oído? ¡Oh bellos días de primavera, cuando a mi alrededor estaban El y el Otro y el Tercer Amigo y el compañero más querido!...

¿Qué es ese ruido? Son voces: ¡son sus voces! Helos aquí, a mi alrededor -Él, el Otro y todos-, y hablan, y ríen, y fuman, como si yo fuera igual que ellos y no estuviese enfermo.

«Pero ¿estoy verdaderamente enfermo?» No lo parece: en este mismo instante me levanto de la cama, cesan los dolores, vuelvo a estar pálido como siempre, el corazón vuelve a portarse bien y me doy cuenta de que los labios intentan sonreír, aunque no lo consiguen. ¡Qué bien estoy! ¡Cómo gozo de la vida! ¿Nunca se han dado cuenta de que respirar es la mayor voluptuosidad? Me siento fuerte y, sin embargo, tan ligero, casi celestial. ¿Y si quisiera volar?

«¡Amigos, adiós! ¡Adiós! Me siento transportado como una hoja por el viento. Recuérdenme siempre, ámenme más, ahora que ya no estoy entre ustedes...»

Y vuelo por el cielo sin posarme, y todas las ciudades son montones de piedras y de basura bajo mis pies, y las montañas parecen las costras de una asquerosa enfermedad de la tierra.

-«¿Cómo he podido vivir allá abajo tantos años? -pienso con repugnancia-. No quiero volver más, nunca más, a aquellos agujeros y a aquellos fosos.»

Pero, poco a poco, volar me cansa; la altura me da vértigo. Pienso en mi casa de piedra, en mi ciudad dividida por las aguas, en aquella a la que prometí no abandonar nunca, ni aun después de la muerte.

«¡Si pudiera volver al barro! -susurra el vil pensamiento-. Yo sólo me siento grande entre las pequeneces.»

Al cabo de unos instantes estoy de nuevo en mi cuarto, entre mis libros en desorden, junto a la pequeña amante que me mira sin poder hablar.

«¿Qué haré -pienso- para librarme de mi poder? Cualquier cosa que pienso se vuelve súbitamente real. Cada fantasía mía es una orden para las cosas. Debo procurar no pensar, no querer.»

¡Nunca lo hubiera dicho! Lentamente, poco a poco, siento que me voy volviendo vacío, inerte, torpe, estúpido, como un niño recién nacido, inconsciente, como una planta que crea una a una sus hojas. Ningún deseo me agita, el mundo se me antoja sin significado y ni siquiera imagino que pueda tener uno. Pero, antes que mi voluntad se muera del todo, siento el miedo de ese desvanecimiento vegetal e intento dar una orden, una sola orden a mi alma.

«¡Quiero acordarme de todo! ¡Quiero saberlo todo!» Y heme como antes, demasiado lúcido, demasiado inteligente; triste como la vida, resignado como la sabiduría.

Miro a mi alrededor y veo, una vez más, a la pequeña mujer que me mira siempre y no sabe hablar. Siento que su boca roja y seca tiene necesidad de un beso, pero no quiero dárselo, y entonces las lágrimas, que estaban esperando desde hace tantas horas, manan apresuradamente de sus bellos ojos. En ese momento yo la quiero como nunca la he querido.

«¿Qué haría si desapareciera de repente? ¿Si muriera para siempre y yo perdiera al mismo tiempo mi espantoso poder de gobernar el mundo?»

Pero ¿qué es esto, en nombre de Dios? ¡Se muere de verdad! Su cabeza cae sobre su pecho, su cara es blanca, su mano está fría, todo el cuerpo se abandona sin gracia. ¡Está muerta, se lo aseguro, muerta de verdad! Pero ¡yo no quiero que se muera! ¡Yo puedo hacerla revivir, puedo resucitarla en seguida!

¡Yo lo puedo todo, ¿entienden?, todo lo que quiero! Cada fantasía mía es una orden. ¿No saben nada de mi poder?

¡Despiértate, pues! ¡Levántate, habla, sonríe, oh dulce parte de mí! Pero en seguida, ¿entiendes? En seguida, sin dilación, como la otra vez. Sonríen. ¿Creen que yo presumo como un loco? Esperen, esperen todavía un momento...

Pero ¿por qué no se levanta, por qué no ríe, por qué no llora como antes? ¡Vive! ¡Yo quiero que sigas viviendo!

¿He perdido mi poder, ahora, en este momento? ¿He pensado perder mi poder y lo he perdido de verdad? Pero ¡eso no es posible! Todavía un instante, ¡un momento tan solo! Todavía una orden, una única orden. En nombre de todo el cielo, tengo necesidad de gobernar la vida por un instante. ¿No ven que está muerta y ya no se mueve? Yo la quiero, ¿comprenden?, la he querido siempre, incluso cuando la hacía llorar, y he prometido quererla siempre, y quiero quererla siempre y siempre más. ¿No sentiré, pues, nunca más la húmeda presión de tus labios, el blando peso de tu pecho?

Pero, entonces, hagan por lo menos que me muera, que no sienta más la desesperación que me destruye el corazón. ¡Háganme morir! ¡Quiero morir! ¡Quiero la muerte! ¡La muerte!*

*Giovanni Papini (1881 - 1956) Escritor italiano.

"Capitulo 93, Rayuela" de Julio Cortázar

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Pero el amor, esa palabra... Moralista Horacio, temeroso de pasiones sin una razón de aguas hondas, desconcertado y arisco en la ciudad donde el amor se llama con todos los nombres de todas las calles, de todas las casas, de todos los pisos, de todas las habitaciones, de todas las camas, de todos los sueños, de todos los olvidos o los recuerdos. Amor mío, no te quiero por vos ni por mí ni por los dos juntos, no te quiero porque la sangre me llame a quererte, te quiero porque no sos mía, porque estás del otro lado, ahí donde me invitás a saltar y no puedo dar el salto, porque en lo más profundo de la posesión no estás en mí, no te alcanzo, no paso de tu cuerpo, de tu risa, hay horas en que me atormenta que me ames (cómo te gusta usar el verbo amar, con qué cursilería lo vas dejando caer sobre los platos y las sábanas y los autobuses), me atormenta tu amor que no me sirve de puente porque un puente no se sostiene de un solo lado, jamás Wright ni Le Corbusier van a hacer un puente sostenido de un solo lado, y no me mires con esos ojos de pájaro, para vos la operación del amor es tan sencilla, te curarás antes que yo y eso que me querés como yo no te quiero.
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Claro que te curarás, porque vivís en la salud, después de mí será cualquier otro, eso se cambia como los corpiños. Tan triste oyendo al cínico Horacio que quiere un amor pasaporte, amor pasamontañas, amor llave, amor revólver, amor que le dé los mil ojos de Argos, la ubicuidad, el silencio desde donde la música es posible, la raíz desde donde se podría empezar a tejer una lengua. Y es tonto porque todo eso duerme un poco en vos, no habría más que sumergirte en un vaso de agua como una flor japonesa y poco a poco empezarían a brotar los pétalos coloreados, se hincharían las formas combadas, crecería la hermosura. Dadora de infinito, yo no sé tomar, perdoname. Me estás alcanzando una manzana y yo he dejado los dientes en la mesa de luz. Stop, ya está bien así. También puedo ser grosero, fájate. Pero fijate bien, porque no es gratuito.
¿Por qué stop? Por miedo de empezar las fabricaciones, son tan fáciles. Sacás una idea de ahí, un sentimiento del otro estante, los atás con ayuda de palabras, perras negras, y resulta que te quiero. Total parcial: te quiero. Total general: te amo. Así viven muchos amigos míos, sin hablar de un tío y dos primos, convencidos del amor-que-sienten-por-sus-esposas. De la palabra a los actos, che; en general sin verba no hay res. Lo que mucha gente llama amar consiste en elegir a una mujer y casarse con ella. La eligen, te lo juro, los he visto. Como si se pudiese elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio. Vos dirás que la eligen porque-la-aman, yo creo que es al verse. A Beatriz no se la elige, a Julieta no se la elige. Vos no elegís la lluvia que te va a calar hasta los huesos cuando salís de un concierto. Pero estoy solo en mi pieza, caigo en artilugios de escriba, las perras negras se vengan cómo pueden, me mordisquean desde abajo de la mesa. ¿Se dice abajo o debajo? Lo mismo te muerden. ¿Por qué, por qué, pourquoi, why, warum, perchè este horror a las perras negras? Miralas ahí en ese poema de Nashe, convertidas en abejas. Y ahí, en dos versos de Octavio Paz, muslos del sol, recintos del verano. Pero un mismo cuerpo de mujer es María y la Brinvilliers, los ojos que se nublan mirando un bello ocaso son la misma óptica que se regala con los retorcimientos de un ahorcado. Tengo miedo de ese proxenetismo, de tinta y de voces, mar de lenguas lamiendo el culo del mundo. Miel y leche hay debajo de tu lengua... Sí, pero también está dicho que las moscas muertas hacen heder el perfume del perfumista. En guerra con la palabra, en guerra, todo lo que sea necesario aunque haya que renunciar a la inteligencia, quedarse en el mero pedido de papas fritas y los telegramas Reuter, en las cartas de mi noble hermano y los diálogos del cine. Curioso, muy curioso que Puttenham sintiera las palabras como si fueran objetos, y hasta criaturas con vida propia. También a mí, a veces, me parece estar engendrando ríos de hormigas feroces que se comerán el mundo. Ah, si en el silencio empollara el Roc... Logos, faute éclatante. Concebir una raza que se expresara por el dibujo, la danza, el macramé o una mímica abstracta. ¿Evitarían las connotaciones, raíz del engaño? Honneur des hommes, etc. Sí, pero un honor que se deshonra a cada frase, como un burdel de vírgenes si la cosa fuera posible.
Del amor a la filología, estás lucido, Horacio. La culpa la tiene Morelli que te obsesiona, su insensata tentativa te hace entrever una vuelta al paraíso perdido, pobre preadamita de snack-bar, de edad de oro envuelta en celofán. This is a plastic's age, man, a plastic's age. Olvidate de la perras. Rajá, jauría, tenemos que pensar, lo que se llama pensar, es decir sentir, situarse y confrontarse antes de permitir el paso de la más pequeña oración principal o subordinada. París es un centro, entendés, un mandala que hay que recorrer sin dialéctica, un laberinto donde las fórmulas pragmáticas no sirven más que para perderse. Entonces un cogito que sea como respirar París, entrar en él dejándolo entrar, neuma y no logos. Argentino compadrón, desembarcando con la suficiencia de una cultura de tres por cinco, entendido en todo, al día en todo, con un buen gusto aceptable, la historia de la raza humana bien sabida, los períodos artísticos, el románico y el gótico, las corrientes filosóficas, las tensiones políticas, la Shell Mex, la acción y la reflexión, el compromiso y la libertad, Piero della Francesca y Anton Weber, la tecnología bien catalogada, Lettera 22, Fiat 1600, Juan XXIII. Qué bien, qué bien. Era una pequeña librería de la rue du Cherche-Midi, era un aire suave de pausados giros, era la tarde y la hora, era del año la estación florida, era el Verbo (en el principio), era un hombre que se creía un hombre. Qué burrada infinita, madre mía. Y ella salió de la librería (recién ahora me doy cuenta de que era como una metáfora, ella saliendo nada menos que de una librería) y cambiamos dos palabras y nos fuimos a tomar una copa de pelure d'oignon a un café de Sèvres-Babylone (hablando de metáforas, yo delicada porcelana recién desembarcada, HANDLE WITH CARE, y ella Babilonia, raíz de tiempo, cosa anterior, primeval being, terror y delicia de los comienzos, romanticismo de Atala pero con un tigre auténtico esperando detrás del árbol). Y así Sèvres se fue con Babylone a tomar un vaso de pelure d'oignon, nos mirábamos y yo creo que ya empezábamos a deseamos (pero eso fue más tarde, en la rue Réaumur) y sobrevino un diálogo memorable, absolutamente recubierto de malentendidos, de desajustes que se resolvían en vagos silencios, hasta que las manos empezaron a tallar, era dulce acariciarse las manos mirándose y sonriendo, encendíamos los Gauloises el uno en el pucho del otro, nos frotábamos con los ojos, estábamos tan de acuerdo en todo que era una vergüenza, París danzaba afuera esperándonos, apenas habíamos desembarcado, apenas vivíamos, todo estaba ahí sin nombre y sin historia (sobre todo para Babylone, y el pobre Sèvres hacía un enorme esfuerzo, fascinado por esa manera Babylone de mirar lo gótico sin ponerle etiquetas, de andar por las orillas del río sin ver remontar los drakens normandos). Al despedirnos éramos como dos chicos que se han hecho estrepitosamente amigos en una fiesta de cumpleaños y se siguen mirando mientras los padres los tiran de la mano y los arrastran, y es un dolor dulce y una esperanza, y se sabe que uno se llama Tony y la otra Lulú, y basta para que el corazón sea como una frutilla, y...
Horacio, Horacio.
Merde, alors. ¿Por qué no? Hablo de entonces, de Sèvres-Babylone, no de este balance elegíaco en que ya sabemos que el juego está jugado.*

"Nuestra Época" de Ralph Waldo Emerson (Cita)

Nuestra época es retrospectiva. Construye sobre los sepulcros de los padres. Escribe biografías, historias y juicios críticos. Las generaciones precedentes miraban a Dios y a la naturaleza cara a cara; nosotros, por medio de los ojos de aquellas. ¿Por qué no hemos de gozar también nosotros de una relación original con el universo? ¿Por qué no hemos de tener una poesía y una filosofía de la percepción y no de la tradición, y una religión revelada a nosotros, y no la historia de ellas? Envueltos, durante una temporada en la naturaleza, cuyas corrientes de vida circulan a nuestro alrededor y entre nosotros, y nos invitan, mediante las fuerzas que aportan, a una acción proporcionada con la naturaleza, ¿por qué hemos de andar a tientas entre los huesos secos del pasado, o enmascarar a la generación viviente con su vestuario marchito? El sol brilla también ahora. Hay en los campos más lana y lino. Hay nuevas tierras, nuevos hombres, nuevos pensamientos. Reclamemos nuestras propias obras, leyes y religión.

*Ralph Waldo Emerson (1803 – 1882) Escritor, filósofo y poeta estadounidense.